Abandonad toda esperanza

lunes, 24 de septiembre de 2007

Bonita carrocería, motor averiado

Es curioso que una película tan mediocre como The Fast and The Furious (A todo gas) haya tenido tanto éxito en todo el mundo. Y es que por muy bonito que sea el envoltorio (y que hará las delicias de los amantes de la velocidad y el tunning), enseguida se aprecia que detrás de esa carrocería impecablemente pulida se esconde un motor que funciona, por mucho que diga el título español, a medio gas.



La película, firmada por Rob Cohen, y basada en un artículo de la revista especializada Racer X (por lo visto, ya se hacen films basados en cualquier cosa), relata las andanzas de un grupo de participantes de carreras ilegales de coches, de los cuales algunos participan de paso en atracos a camiones en plena autopista. En este grupo cerrado se inmiscuirá un nuevo participante, que no es sino un agente encubierto que pretende desmantelar la banda desde dentro. Pero pronto se sentirá fascinado por ese mundo y su conciencia se debatirá entre servir a la ley o a sus nuevos amigos.



¿Les suena? Efectivamente, el film es prácticamente un desvergonzado remake inconfeso de la estupenda Le llaman Bodhi (Point Break en el original), dirigida por Kathryn Bigelow en 1991. Si cambiamos las carreras de coches por el surf y a los protagonistas Vin Diesel y Paul Walker por, respectivamente, Patrick Swayze y Keanu Reeves, el esquema es prácticamente el mismo.



Y no es que la idea sea el colmo de la originalidad, pues bebe de un clásico del film noir como Al rojo vivo de Raoul Walsh, donde Edmond O'Brien era un policía de incógnito en la banda de gangsters liderada por un fascinante James Cagney. Pero allí donde Bigelow, una directora que ha demostrado sobrada solvencia en el campo del thriller (esta, Acero azul y El peso del agua) y el fantástico (Los viajeros de la noche, Días extraños), construía en Le llaman Bodhi un adrenalítico film de acción con personajes verosímiles y motivaciones creíbles, consiguiendo de paso magníficas interpretaciones de actores tan limitados como Swayze o Reeves (por no hablar de un estupendo secundario, Gary Busey), el film de Rob Cohen se limita a mover la cámara alrededor de intérpretes que declaman sentencias estúpidas mientras lucen palmito, y que en muchas ocasiones demuestran ser menos expresivos que los coches que conducen.



Pese a las deficiencias mencionadas, la película ha convertido en una estrella del cine de acción a Vin Diesel, y ha abierto las puertas de Hollywood a Paul Walker (Timeline, Inmersión letal, Banderas de nuestros padres), Michelle Rodriguez (Resident Evil, SWAT, la serie Perdidos) y Jordana Brewster (La matanza de Texas: El origen); por si esto fuera poco, lleva ya dos secuelas que un servidor no ha visto: 2 Fast 2 Furious, dirigida por el otrora prometedor John Singleton, en la que resiste Paul Walker y se suma Eva Mendes; y The Fast and The Furious: Tokyo Drift, firmada por Justin Lin. Me temo que habiendo visto el arranque de la saga, mejor seguimos sin verlas.

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