Abandonad toda esperanza

lunes, 29 de octubre de 2007

Sitges (X): Hotaru, Mushishi, Kaidan y Sukiyaki Western Django



Como suele ser habitual en los últimos años, en el último Festival de Cine de Sitges la presencia del cine asiático en general y japonés en particular fue consistente... y no solo circunscrita al cine fantástico.



Si Glory to the Filmmaker! supuso el reencuentro con la obra de Takeshi Kitano, uno de los intocables del cine nipón contemporáneo, la única proyección de Hotaru nos vino a descubrir a la prestigiosa Naoki Kawase, cineasta que hasta ahora no ha conseguido estrenar ninguna cinta en el circuito comercial español... si bien ya se anuncia el estreno inminente de su premiada El bosque de luto.



Hotaru narra la emotiva a la par que dolorosa relación entre una joven, de profesión stripper, y que vive con su hermana mayor, y un alfarero. La cámara de Kawase registra las peripecias cotidianas de ambos personajes, centrándose sobre todo en la primera, y su relación con su hermana o con su abuela, a la que visita en el pueblo. Todo ello con un estilo visual cercano al cinéma verité, que en sus mejores momentos recuerda al cine de John Cassavetes.



Es indudable que Hotaru nos descubre a una realizadora con un mundo personal y una mirada propia, si bien por momentos resulta difícil entrar en él. Además, su desmedida duración (165 minutos) y su escasa peripecia argumental rozan el peligro de caer en el tedio. No obstante, habrá que darle una segunda oportunidad a esta Hotaru, así como a otros trabajos de Kawase.



Ya dentro del cine fantástico, el mayor éxito vino de manos de Katsuhiro Otomo, celebrado autor del cómic de ciencia ficción Akira y director de su adaptación cinematográfica. Con su último trabajo para la gran pantalla, Mushishi, Otomo se pasa al cine de imagen real adaptando otro manga, pero esta vez ajeno.



Mushishi está protagonizada por Ginko, un maestro de insectos (eso y no otra cosa significa su título original), que se dedica a viajar a pie por los parajes más inhóspitos mientras comercia con su peculiar habilidad: la de curar enfermedades provocadas por parásitos que se comportan como espíritus.



Después de diversas intervenciones, este exorcista naturalista llega a una casa donde una joven enferma usa la escritura como manera de soportar el dolor y exorcizar sus demonios interiores; es a partir de este momento que Otomo, por un lado, consigue filmar los fotogramas más brillantes del film desde una perspectiva visual, pero también cuando la narración empieza a demorarse más de lo conveniente.



Y es que, con esta cinta, Otomo consigue uno de los trabajos, estéticamente hablando, más poderosos de todo lo visto en el pasado Sitges: no en vano resultó ganadora de los premios de Mejor Banda Sonora y Mejores Efectos Especiales. Pero el ritmo de la cinta es demasiado cadencioso, y tenemos la sensación de que le sobra perfección y le falta algo de alma.



Todavía mucho más decepcionante resultó ser la otra muestra de fantástico japonés de vertiente tradicionalista: Kaidan, de Hideo Nakata. El otrora genio del terror nipón gracias a títulos como The Ring (la cinta que lo empezó todo, para entendernos) o Dark Water lleva a cabo aquí un intento por cambiar de registro, pero sin abandonar el género aunque ambiente la acción en una época pasada regida por las tradiciones y las apariencias.



En este marco se cuenta la historia de una maldición que perdura a lo largo de los años, y que se manifiesta cuando un joven vendedor de tabaco y una profesora de canto se enamoran; su desgracia radica en que el padre de él asesinó al de ella, y este último maldijo a su agresor antes de morir.



Poco de interés encontrarán en Kaidan, una propuesta mucho más rutinaria y autocomplaciente de lo que pueda parecer a simple vista, y un film que no tiene nada que ver con el homónimo de Masaki Kobayashi según textos de Lafcadio Hearn, clásico donde los haya del cine fantástico del País del Sol Naciente: nada que ver en cuanto a su historia... y mucho menos en cuanto a la poesía y el talento que destilan los fotogramas del film de 1964, y de los que carece por completo el trabajo de Nakata, mucho más acertado cuando sitúa, como Kiyoshi Kurosawa, sus historias en los núcleos urbanos de hoy en día.



Al que poco le importa dónde y cuándo situar sus historias es Takashi Miike, uno de los cineastas más prolíficos, polémicos e interesantes del cine contemporáneo. El autor de títulos tan memorables como Audition o Visitor Q presentó su última locura: Suyikaki Western Django, una relectura sui generis (expresión esta que nunca ha tenido más sentido que cuando hablamos de Miike) de los eurowesterns filmados en los años 60 y 70 por Sergio Leone, Tonino Valerii, Sergio Sollima, Enzo G. Castellari o Sergio Corbucci.



Precisamente de un film de este último, Django, se declara continuación el film de Miike: más que continuación, precuela, convirtiendo al final del film a un pequeño niño en el futuro pistolero Django, que viajará de Japón al oeste americano.

Pero si hay un film del que bebe este último Miike, ese es Por un puñado de dólares, la mítica cinta con la que Leone inauguró la vertiente más comercial del subgénero y su alianza con el actor Clint Eastwood. Y, por extensión, el autor de Gozu también podría confesar su deuda con el film de Akira Kurosawa Yojimbo (en el que se basó Leone) y la novela de Dashiell Hammett Cosecha roja (en la que a su vez se inspiró el veterano cineasta japonés, y por tanto la madre del cordero en todo este asunto).



Y es que en Sukiyaki Western Django tenemos a un pueblo sometido por dos bandas criminales que arribaron a sus calles un tesoro y ahora gobiernan la ciudad basándose en el terror que inspiran en sus habitantes. A dicho pueblo llegará el protagonista, ofreciendo sus servicios como espléndido pistolero al mejor postor...



Pero frente a los trabajos citados de Kurosawa o Leone (e incluso a otras versiones de la novela citada, filmadas por los hermanos Coen o Walter Hill), todos ellos de mayor o menos corrección, Takashi Miike opta por seguir fiel a su peculiar manera de entender el séptimo arte y acaba ofreciendo una mirada desmitificadora e irreverente, llena de anacronismos y situaciones absurdas, autorreferencial e irrespetuosa, que bebe más de la estética del cine de serie B y Z y de la obra de adalides del mismo (como el Quentin Tarantino de Kill Bill o Grindhouse, fan fatal de la obra de Miike y que no por casualidad tiene un pequeño papel en la cinta que nos ocupa).



El resultado es que esta Sukiyaki Western Django resulta ser una película tan falsa como las citadas de Tarantino (no por casualidad fue considerada como la película con Mejor Fotografía y Mejor Diseño de Producción); pero si no estamos seguros de que fuera una de las mejores vistas en Sitges, sí fue al menos, sin duda alguna, una de las más divertidas.

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