Abandonad toda esperanza

martes, 26 de febrero de 2008

Bodrios que hay que ver: El ático (Crawlspace)

Dejen que empiece con un apunte personal: un servidor, como todo el mundo, tiene recuerdos audiovisuales de cuando era joven; películas de las que vi algún fragmento, o incluso en su totalidad, pero que con el paso del tiempo acabé olvidando casi por completo, con la salvedad de algún detalle que me marcó particularmente. Y durante años estuve convencido de que había visto un film llamado El ático, que daba bastante mal rollo, y del que solo recordaba tres cosas: la cara del malo de la película (que años después identifiqué con Klaus Kinski), una persona sin lengua encerrada en una jaula, y un sujetador cortado con unas tijeras para permitir que se vieran los pezones a través del él. Hale, hagan lecturas freudianas e intenten deducir de todo aquello el porqué uno es como es y el porqué perdemos el tiempo viendo según qué cosas y contándoselo a ustedes en esta vuestra sección favorita de los martes.



Recientemente he tenido la oportunidad de volver a ver el dichoso film, que efectivamente se tituló aquí, imagino que solo para el mercado doméstico, El ático (su título original es Crawlspace). Y para lo único que ha servido es, además de para comprobar que yo no estaba loco y que ahí estaban Kinski, la muda enjaulada y los pezones desvergonzados, para demostrar eso de que el paso del tiempo y la inocencia de la infancia lo dignifican y magnifican todo, y que lo que peor mal rollo da de este film de 1986 es pensar en los ochenta minutos que se pierden viéndolo.



Les cuento un poco de qué va, que al fin y al cabo es bastante sencillo: el simpar Kinski ejerce de inquietante casero de un edificio de apartamentos en el que solo permite hospedarse (ay, pájaro) a chicas jóvenes y más o menos atractivas, a las que espía a través de los conductos de ventilación, por donde se mueve como una rata (simpática especie esta, por cierto, de la que se ven varios especímenes en el film). Mientras tanto, en su residencia (el ático del título), lleva a cabo sus experimentos sobre el dolor y la muerte: enseguida descubriremos que el siniestro individuo, que responde a un nombre tan significativo como el doctor Karl Gunther (cualquiera que le alquile una residencia con ese nombre merece morir), es el hijo de un nazi que lo envió a él y a su madre a Argentina tras el fin de la II Guerra Mundial, y que con el paso de los años, atormentado por la figura paterna, Adolf Hitler y los fantasmas del nazismo, se ha convertido en una suerte de Josef Mengele de saldo, que con su Quimicefa Edición Gestapo experimenta con los límites del dolor.



Entre sus costumbres mundanas, además de arrastrarse por los conductos a ver cómo las chicas se contonean delante del espejo (claro que hay erotismo gratuito: ¡esta, como esta otra, es una producción de Charles Band, amigos!) o hacen una fiesta de pijama con batidos de tequila, está el escribir sus recuerdos de infancia, que lee a su única compañía (la pobre Martha, la mujer que tiene encerrada en una jaula y a la que le cortó la lengua para que no le interrumpiera), así como proyectar una y otra vez películas de propaganda del Führer, vestirse de uniforme, maquillarse con el maletín de la Señorita Pepis y jugar a la ruleta rusa con una bala con su nombre grabado todas las noches antes de dormir.



La película, además de por Kinski, está protagonizada también por un extenso elenco de atrices: Talia Balsam (hija, claro está, de Martin Balsam, y única mujer que ha llevado a George Clooney al altar: estuvieron casados cuatro años), Tané McClure (hija de Doug McClure; sí, el de Los Simpson), Carole Francis (sospechamos que hija de Anne Francis o de la mula Francis, una de las dos) y Barbara Whinnery (esta no es hija de nadie). Y hay que señalar también que cuenta con una banda sonora de Pino Donaggio, compositor habitual de Brian De Palma, y al que muchos recordarán como un intérprete de canción ligera italiana reconvertido en un Ennio Morricone marca Hacendado: esto es, más barato que el original.



La película, en definitiva y como imaginarán, tiene la voluntad de resultar desagradable, y con la participación del actor austríaco debería funcionar (todos sabemos que cualquier película rara o enfermiza, con Kinski dentro, es más rara o enfermiza que al principio)... pero no lo consigue, y se convierte en una versión descafeinada de clásicos del terror voyeurista al estilo de Psicosis o El fotógrafo del pánico. La culpa, imaginamos, es de David Schmoeller, el autor de semejante bodriete.



La carrera profesional de Schmoeller como director y guionista es realmente curiosa. Su filmografía como realizador arranca con una serie B bastante interesante, que ha devenido en film de culto: Trampa para turistas, de 1979 y protagonizada por Chuck Connors. Después seguiría trabajando en el género fantástico, con películas que confieso (y no sé si lamento) desconocer, como The Seduction (¿hay algo más terrorífico que Morgan Fairchild?), Catacombs (sobre un demonio atrapado en un monasterio, un film protagonizado por sacerdotes, un albino poseído y Jesucristo, en orden de importancia) o The Arrival (que las cuatro personas que la han visto a lo largo y ancho del planeta dicen que no estaba mal). Después de estas joyas, su carrera tomó el camino inverso a la mayoría de realizadores y ha acabado filmando cortometrajes, suponemos que por aquello de familiarizarse con la cámara.



En cuanto a su faceta de guionista, la cosa tiene su aquel: en su muy variada producción encontramos títulos como la primera Puppet Master (que también dirigió, y escribió con el simpático seudónimo de Joseph G. Collodi: este David tiene su sentido del humor, ¿eh?), Puppet Master II, Puppet Master III: Toulon's Revenge, Puppet Master 4, Puppet Master 5: The Final Chapter (¿el capítulo final? Y un carajo), Curse of the Puppet Master (¿ven? Lo que yo decía), Retro Puppet Master, Puppet Master: The Legacy (que no sé si traducir como "El Legado" o "La Legaña") o Puppet Master vs. Demonic Toys. Un escritor versátil donde los haya, aunque de qué cabe extrañarse si en su currículo figura en los agradecimientos -imaginamos que en versiones restauradas hoy en día- de Two Arabian Nights o The Racket, películas de finales de los años 20 (cuando todavía no había nacido... qué inquietante), o aparece reseñado como "intern to Peter Hyams" en Capricornio Uno. El idioma inglés no es lo mío, por lo que ya no sé si se refieren a que era becario del realizador (no sean malpensados), o lo de intern to es literal y estaba dentro de Peter Hyams, por lo que hablaríamos de un indudable caso de posesión diabólica, con Schmoeller dirigiendo el film desde dentro del cuerpo de Hyams. Dios Santo, qué miedo da David Schmoeller.



Un miedo, claro, que no consigue dar su película por mucho que el realizador lo intente. Los personajes femeninos del film, con excepción de la protagonista principal, son entre alelados y ridículos, y la preocupación del espectador por su futuro inmediato es algo así como nada, cero, nulo, me importa un huevo. De ahí que todas las simpatías están con el personaje de Kinski, al que instamos continuamente para que acabe con todos los residentes de la comunidad. Pero claro, al final el peor parado es él, y después de una muerte simulada (y ridícula) acaba muriendo de verdad (también ridículamente). En un plano, por cierto, que no se llega a ver, como si sutilmente el realizador nos indicara con buen gusto y aprecio por la elipsis que los fantasmas del nazismo nunca llegarán a desaparecer del todo. ¿Buen gusto? Nah, debió ser para ahorrarse la sangre, o porque Kinski se quedó en casa lanzando dardos a una foto de Werner Herzog o releyendo sus simpáticas memorias -Yo necesito amor-, no presentándose en el rodaje ese día, y Schmoeller no se podía permitir alargar más el alquiler del equipo.



Por cierto, y para terminar: ¿qué tienen de terrorífico los áticos, aparte del precio del alquiler? Porque ya hay varias películas que comparten el título: véase la edición en DVD de Midnite Movies que comparten este film y The Attic (1980), protagonizada por Carrie Snodgress y Ray Milland; o, también, The Attic (2008), la basura dirigida por Rachel Talalay de la que ya les advertí hay que pedir una orden de alejamiento. Porque es mucho peor que la cinta que nos ocupa, aunque pueda parecer increíble.


Post Scriptum.- Dado que el ilustrar la reseña de Carretera al infierno II con fotos de Kari Wuhrer ligera de ropa no ha recibido otra cosa que aplausos, hoy hemos optado por poner una foto de la estrella del film -acompañado de su hija Nastassja, bien pequeña- como Satán lo trajo al mundo. Que ustedes lo disfruten.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hubiera preferido una imagen de Tané McClure mostrando sus esplendores, pero bueno...
Fdo. el vecino

Anónimo dijo...

Hombre, Fran, a usted la Fairchild le producirá terror pero a un servidor lo que le provocaba la individua eran unas rigideces en la zona de la bragueta que ríase usted del Ataque de los Cinco Puntos que Hacen Estallar el Corazón. Casposo que es uno.

Y especialmente en "La seducció", que hacía que uno sintiera ganas de jugarse la integridad de sus córneas frente a los punzantes pechos de la Fairchild, corroborando que Morgan, en cristiano, se traduce como Miura. Claro que el señor Andrew Stevens, acostumbrado desde la cuna a libar de los más jugosos cántaros de leche, sabía rodearse de señoras como ésta o Shannon Tweed. Qué canalla.


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