Abandonad toda esperanza

domingo, 13 de abril de 2008

La noche es nuestra: La fuerza de la sangre



Si la mafia italoamericana tiene en la figura de Martin Scorsese a su cronista oficial y a películas como Malas calles, Uno de los nuestros o Casino como principales materializaciones de su historia en clave de ficción, y más allá de que David Cronenberg les haya dedicado su soberbia Promesas del este, el crimen organizado de Nueva York cuyos miembros provienen de los países de Centroeuropa cuenta con James Gray como su particular cineasta de cabecera.

Gray es un joven realizador que hasta la fecha solo ha firmado tres películas (en estos momentos última la cuarta, un drama romántico) en trece años: esto es bastante sintomático de que todas ellas han sido concebidas y dirigidas con mimo y a conciencia; e inequívocamente todas ellas pertenecen, hasta el cambio de registro de su nuevo proyecto, al género negro.



Como Scorsese, Gray filma el mundo que conoce: pasó su infancia en el barrio de Queens, Nueva York, y sus abuelos eran emigrantes rusos. Por ello, desde su debut en 1994 con Little Odessa (Cuestión de sangre), que dirigió con tan solo 24 años, ha ambientado las tramas de sus películas, negrísimas, en la Gran Manzana (concretamente en la zona de Brighton Beach, en Brooklyn), y ha fijado su atención en familias más o menos disfuncionales y de origen ruso.



Con La noche es nuestra, Gray reincide y potencia estos retratos familiares, usando de nuevo (como ha hecho Scorsese desde sus inicios, insistiendo con Robert De Niro, Harvey Keitel, Joe Pesci y, en los últimos años, Leonardo DiCaprio) a Marc Wahlberg y Joaquin Phoenix, los dos protagonistas principales de La otra cara del crimen, su anterior cinta, situados de nuevo a ambos lados de la ley.



Aquí Phoenix y Wahlberg son dos hermanos de una familia residente en Brooklyn; pero mientras el segundo ha seguido la tradición y trabaja junto a su padre (un espléndido Robert Duvall) en la Policía de Nueva York, el primero se dedica al negocio del ocio nocturno y regenta una gran discoteca de éxito en Brooklyn... un espacio, claro está, donde las mismas drogas que su padre y su hermano intentan eliminar de las calles campan a sus anchas.



Pese a que el origen de la historia está en una fotografía del New York Times sobre el funeral de un policía asesinado, que despertó la inspiración de Gray, este opta por jugar con las expectativas de identificación del espectador, y lejos de ofrecer una ficción de protagonismo coral opta por centrarse, precisamente, en el personaje "negativo" de Phoenix: Bobby Green, la oveja negra de la familia que hasta reniega del apellido real, Grusinsky, algo que él justifica por considerarlo difícil de recordar para su trabajo de relaciones públicas... si bien en realidad es debido a que se avergüenza de la profesión de su familia, muy mal vista en los círculos en los que aquel se mueve.



Porque a Gray, lo que más le interesa no es el enfrentamiento entre policías y narcotraficantes en el Nueva York de finales de los 80 (la acción acontece en 1988, según está fechada la primera secuencia, una escena sexual entre Phoenix y Eva Mendes a ritmo de una canción tan emblemática del momento como Heart of Glass de Blondie) sino, de nuevo, plasmar con minuciosidad el retrato de una familia claramente disfuncional y los efectos que provoca en esta una situación externa.



A la película se le acusará, inevitablemente, de incluir un obvio discurso conservador, apostando, por un lado, por los aspectos más positivos de las fuerzas policiales, así como por los rasgos más negativos del crimen organizado; y, por otro, por la defensa del núcleo familiar frente a la influencia de agentes externos (al hilo de esto es particularmente significativa la última escena del film, con el breve diálogo entre los dos hermanos y la ausencia de la chica protagonista). Pero esto se le puede perdonar a Gray, se le debe perdonar, porque no cabe duda de que no se debe a una impostura provocada por querer contentar a productores o espectadores, sino porque el realizador cree real, firmemente, en lo que postula, y lo materializa en pantalla con una fuerza como muy pocas veces se ha podido ver en la gran pantalla en los últimos años.



Y es que dejando a un lado escenas tan bien resueltas como la violenta persecución de coches bajo la lluvia o la captura del criminal en un campo de trigo, Gray se aparta de otros colegas del género, y optando por prescindir de la inteligente verborrea de Quentin Tarantino o los excesos formales de un Brian de Palma o incluso de un ocasional Scorsese, elige un camino bien arriesgado: el de una apuesta por la aséptica frialdad de mostrar los hechos tal y como ocurrirían en la realidad, confiando en el trabajo de los actores -todos, sin excepción, soberbios-, en unos diálogos creíbles y con garra, y en un estilo de dirección impecable. El resultado es un cine del antiespectáculo formal, pero que emociona al corazón y remueve las tripas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bastante chula la peli.
Me gustó especialmente la escena de la infiltracion que acaba en salto :)
Si tuviera que poner una pega sería Eva Mendez que me resulta nefasta (para mi en 80% de lo que no funciona en el Motorista Fantasma es cosa de ella) aunque en esta ocasion hasta actue y luzca pezon.


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