Abandonad toda esperanza

lunes, 29 de diciembre de 2008

Cómics para todos

El Premio Nacional de Cómic, creado el pasado año a semejanza de los galardones que desde hace lustros vienen recompensando otras artes como la literatura, el cine, la fotografía o las artes plásticas, ha recaído recientemente en Arrugas, del autor valenciano Paco Roca: una historieta delicada, exquisita, que trata con sumo tacto un tema tan espinoso como la enfermedad de Alzheimer. El año anterior, el premio inaugural recaía en Max, uno de nuestros autores más arriesgados y personales, y en su Bardín el superrealista.



Como podrán imaginar, estamos ante un par de personalidades y sus respectivas obras que en ningún caso pueden considerarse como destinadas a un público infantil o juvenil. Ya era hora de que el Ministerio de Cultura se percatara de que al cómic no se le considera “el noveno arte” en vano, de que viene a ser una disciplina artística tan válida como cualquier otra a la hora de tratar cualquier tipo de género o de temática y de que, como tal, merece ser tenida en igual consideración.



Es de esperar por tanto que poco a poco el cómic (o tebeo, o historieta, o novela gráfica; llámesele como se quiera) empiece a dejar de ser entendido como un producto exclusivamente orientado a lectores muy jóvenes, porque al igual que ocurre con otras artes no se trata de un género en sí mismo, sino de un medio, un lenguaje, un código, a través del cual valerse de los géneros para contar una historia. Así, al igual que hablamos de películas policíacas, románticas, cómicas, de terror o eróticas, podemos hablar de tebeos policíacos, románticos, cómicos, de terror o eróticos, porque la etiqueta cómic solo nos aporta información acerca del lenguaje utilizado, nunca de su contenido; una obra es un cómic por cómo cuenta algo, no por lo que cuenta.



Y de la misma manera que se escriben novelas para niños y para adultos, se representan obras de teatro para niños y para adultos, se estrenan películas para niños y para adultos, se escriben y dibujan cómics para niños y cómics para adultos. Por ello, al igual que nos encontramos con libros o películas que, ya sea por la complejidad de su trama, por la ambición de sus recursos narrativos o estilísticos o por la crudeza explícita de sus contenidos, no nos parecen idóneos para los más pequeños, ocurre lo mismo en el ámbito de la historieta: así, no es lo mismo disfrutar de las correrías de los traviesos Zipi y Zape de José Escobar que reflexionar acerca del mundo de los superhéroes en esa pieza de orfebrería que es Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, ni esbozar una sonrisa de complicidad con las peripecias de Calvin & Hobbes de Bill Watterson que ser testigo de una revisión histórica del exterminio judío a través de una relación paternofilial en las páginas de Maus de Art Spiegelman, ni observar la cotidianeidad de Charlie Brown, sus amigos y su perro Snoopy en Peanuts de Charles Schulz que dejarse llevar por el errático devenir, de ritmo tan contemplativo como el de un film de Yasujiro Ozu, del silencioso protagonista de El caminante de Jiro Taniguchi. Cualquier adulto con dos dedos de frente que sepa distinguir entre las novelas de J. K. Rowling protagonizadas por Harry Potter y Lolita de Nabokov, o entre las dos películas estrenadas de Las Crónicas de Narnia y la trilogía de El Padrino, y que conozca el contenido de ambas obras, no dejaría al alcance de sus hijos pequeños ni Black Kiss de Howard Chaykin ni Lost Girls de Alan Moore y Melinda Gebbie, dos tebeos de argumento y estética eróticos, casi pornográficos, por más que las protagonistas del segundo surjan de las páginas de El mago de Oz, Alicia en el País de las Maravillas y Peter Pan.



De todo ello se han empezado a dar cuenta una serie de bibliotecas públicas que ya dedican, frente a los paupérrimos cajones que hace unos años no pasaban de incluir algunos álbumes de Asterix y Tintín, un espacio considerable con estanterías repletas de tebeos nacionales y extranjeros. También se han percatado grandes superficies comerciales especializadas en libros, como Fnac o la Casa del Libro, que incluyen secciones específicas de cómics separando el tebeo infantil del juvenil, y estos del destinado a lectores adultos. Y qué duda cabe de que todavía queda mucho por hacer en este proceso de normalización, pero también es cierto que toda piedra hace pared.



Pero todo lo dicho hasta aquí no quita que cuando hablamos de cómic nos situemos ante un arte que, al aunar palabra escrita e imagen como ningún otro -algo en lo que el teatro, el cine, la poesía o la narrativa no pueden suponerle competencia ninguna-, pueda funcionar como una herramienta ideal para introducir en la lectura a nuevas generaciones de lectores audiovisuales reacios a sumergirse en la letra impresa a palo seco, un universo de libros donde las imágenes brillan por su ausencia.



En años pretéritos, mucho antes de que los videojuegos e Internet hirieran de muerte al hábito lector de las últimas generaciones -y no se entienda esto como un ataque a dos medios de ocio perfectamente compatibles con la lectura, y defendibles siempre que haga uso de ellos con inteligente mesura-, y cuando los libros eran un elemento común en la cotidianeidad de la familia española media, solía decirse popularmente que “donde hoy hay un tebeo, mañana habrá un libro”. Hoy esta afirmación ha quedado relegada al olvido, pero nos gustaría pensar en la posibilidad de recuperarla, y está en nuestras manos -las de los padres y tutores, las de los profesores, y la de los propios jóvenes que ya leen tebeos con más o menos asiduidad-, difundir la idea de que el que hoy lee habitualmente (esto es, posee hábito de lectura) Mortadelo y Filemón, Esther y su mundo, Spiderman, Conan, Mafalda, Naruto o Full Metal Alchemist, mañana dispondrá de herramientas -lingüísticas y literarias- suficientes como para poder leer el Quijote, Hamlet, Madame Bovary o el Ulises, y esto es así porque hay una serie de líneas invisibles que pueden trazarse de Marcel Proust a Will Eisner, de Jules Verne a Hergé, de Jorge Luis Borges a Alan Moore, de Italo Calvino a Grant Morrison.



Y recuerden: ahí afuera hay, para cada lector -ya sea adulto, adolescente o niño-, al menos un tebeo esperándole. La cuestión es querer encontrarlo.



[Nota: Este artículo fue publicado en El Valle. Espacio cultural, revista del colegio El Valle de San Juan, Alicante, n.º5, diciembre de 2008, p. 33.]

1 comentario:

Jaime Sirvent dijo...

Tienes más razón que un santo en todo lo que expones en este artículo. No puedo estar más de acuerdo, un abrazo caballero y felices fiestas.


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