Abandonad toda esperanza

martes, 17 de febrero de 2009

Bodrios que hay que ver: La rebelión de los monstruos

El bueno de Charles Band, alma máter de Full Moon Pictures, ya nos había visitado en esta sección de "Bodrios que hay que ver"... ¡hasta tres veces! Imaginen la catadura artística del interfecto. Recuerden si no estas tres producciones, a cuál más infecta: El ático, terror enfermizo a mayor gloria de Klaus Kinski, la cachonda Zone Troopers, y la inigualable (tan inigualable que ni su secuela la igualó, pues fue todavía peor) Troll. Pero ya tocaba que nos visitara como director y productor, así a tutiplén, y lo hace con una gran obra maestra del cine más idiota: La rebelión de los monstruos.



Tras este ridículo título español, más propio de una película de Parchís, Regaliz o Enrique y Ana, se esconde The Creeps, que dicho así queda como más serio pero tampoco. Porque el argumento del film es para darle de comer aparte. Así que eso haremos, poner punto y aparte, y se lo cuento. (Este es el punto y aparte).

Volvemos del punto y aparte: la película arranca en una biblioteca muy especial, pues está especializada en ejemplares únicos y por tanto valiosísimos, que han de ser consultados con guantes y mascarillas por los visitantes como si de émulos de Michael Jackson se tratase. Allí trabaja una rubia de buen ver que es acosada sistemáticamente por su jefa, otra rubia que parece haberse escapado de las películas de Ilsa, la loba de las SS que filmaron Jess Franco y demás francotiradores del cine S (y del cine SS también), y que después acaba transformada en una walkiria (no me pregunten por qué).



Pero esto es lo de menos; lo de más es que hasta allí llega un individuo de lo más sospechoso en busca del primer ejemplar de Frankenstein o el Moderno Prometeo de Mary W. Shelley. La bibliotecaria no cae en la cuenta de que resulta sospechoso que alguien quiera leer un libro si ya hay película, y que además no se conforma con una edición de bolsillo sino que quiere la primera. Pero allá que va y se lo deja consultar. Acto seguido, el susodicho individuo roba el ejemplar (menudas medidas de seguridad las de este centro, por cierto) sustituyéndolo por folios en blanco. ¿Y por qué?, se preguntarán ustedes. Pues yo se lo digo: pues porque pese a su apariencia de gris funcionario de Correos en realidad estamos ante un mad doctor con todas las de la ley, que ha creado una máquina que es capaz de, a partir de los primeros ejemplares de las novelas que les dieron vida o los popularizaron, traer al plano real a las criaturas míticas del género del terror: el conde Drácula, el hombre lobo, la momia y, claro está, el monstruo de Frankenstein.



¿Cómo se les ha quedado el cuerpo? Pues esperen, que hay más: la rubia en cuestión, cuando se percata de su error y aterrorizada por la más que posible posibilidad de perder el curro, contrata a un investigador privado de saldo que también trabaja regentando un videoclub (!). Este tiene su oficina en la parte de atrás de la tienda, y sus conocimientos del séptimo arte le permiten hacer referencias varias tanto al cine de Fellini como al del citado Jess Franco. El muchacho, bastante atolondrado por cierto y que beberá los vientos por su nueva clienta, es un cinéfilo heterodoxo, qué duda cabe...

La investigación del detective lo lleva a él y a la bibliotecaria a impedir el experimento final del científico, y detenerlo a mitad del proceso implica que los monstruos vuelven a la vida... pero en cuerpos de enanos (cómo lo leen, oigan). Pero por muy bajitos que sean, la mala leche la conservan intacta, y harán todo lo posible por recuperar los cuerpos esbeltos, poderosos y sobre todo altos que siempre han creído poseer... Sobre todo Drácula, líder natural del grupo al que interpreta Phil Fondacaro (visto, y en un doble papel, en la citada Troll).



Y todo eso en 70 minutos de birriosa película, ahí es nada, que deberían merecerle a Charles Band una buena temporada en la cárcel por intento de asesinato del buen gusto... ¡Hey, nuestras plegarias han sido escuchadas! ¡Admiren a Band a la sombra!



Y es que qué podemos decir de un film en el que lo mejor es un cliente del videoclub al que interpreta J. W. Perra (sin cachondeo, por favor, que ya debió pasarlo mal en el colegio), y que se alegra de que no tengan las películas románticas que le encarga su mujer porque así puede alquilar las de acción que le gustan a él. Un crack.

En fin... Ahora que lo pienso, La rebelión de los monstruos ya no me parece tan mal título, y los chavales de Parchís no habrían desentonado en sus fotogramas, aunque habría resultado raro ver a los niños del grupo musical que conmocionó los primeros 80 (sí, he dicho conmocionó; yo todavía sigo conmocionado) junto a los desnudos gratuitos que nunca pueden faltar en una producción del bueno de Band. Y como les conozco y sé que no podrán vivir sin tener una copia de esta joya en su dvdteca, pues aquí les regalo la carátula para que se la pongan en una cajita y todo:

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