Abandonad toda esperanza

lunes, 6 de septiembre de 2010

El manga de ayer y de hoy... en España



Resumir la situación (tanto cultural como mercantil) del manga clásico y del contemporáneo en España a partir únicamente de un par de títulos del mismo nos podría valer una acusación de manipulación y/o de demagogia, y no dejaría de ser merecida; pero no puedo evitar realizar unas reflexiones a partir de la lectura reciente, en apenas unos días, de dos series realizadas por dos autores bien significativos al respecto.



La primera de ellas es Aula a la deriva, de Kazuo Umezz. ¿Quién conocía a este autor antes de la publicación española, por parte de Ponent Mon, de esta colección de seis volúmenes? Francamente, yo no. Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿qué autores de manga clásico conoce el lector español medio? Posiblemente, la mayoría se queden únicamente en un nombre: el de Osamu Tezuka, merecidamente considerado el padre del manga. Los más puestos en la materia quizá puedan ampliar la nómina a dos o tres, gracias a Astiberri y la propia Ponent Mon, con Yoshihiro Tatsumi (Una vida errante) y con Shigeru Mizuki (NonNonBa, Operación Muerte). Y para de contar.



Esto trae consigo otra inquietante reflexión: ¿cuánto del manga clásico nos estamos perdiendo? Porque aunque no sean estrictamente de la última hornada, autores como Akira Toriyama (Dragon Ball) o Katsuhiro Otomo (Akira), cuyas dos obras más célebres introdujeron en buena medida el tebeo japonés en nuestro país, quedan a mitad de entre una cosa y otra y tampoco podrían considerarse como autores de manga clásico. Esto, claro, nos llevaría a intentar definir este último concepto, pero mejor no nos metemos en camisa de once varas...



Volvamos a Aula a la deriva: encomiable ha sido la decisión de la editorial, pese a las escasas ventas de esta, digámoslo ya, espléndida serie, de concluir su publicación con los dos últimos volúmenes que restaban, aunque fuese en una tirada reducida de 500 ejemplares cada uno para que los aficionados que lo desearan pudieran completar la serie y no quedarse a mitad de su lectura. Una decisión que sin duda muchos habrán agradecido dado el creciente interés de una trama absorbente que agarra al lector casi desde la primera página del primer tomo y no lo suelta hasta la última del sexto.



Con la publicación del primer volumen a finales del año 2008, ya nos hicimos eco del estupendo arranque de una serie considerada como un clásico dentro de la historia del manga fantástico y de terror, y que descubría para buena parte del público español a un autor a decir de los entendidos imprescindible. Pero una vez concluida la lectura de la obra al completo bien merece que volvamos sobre ella aunque solo sea por llamar la atención sobre una serie que no merece pasar desapercibida.



Esta obra, publicada originalmente -de forma serializada- entre 1972 y 1974, relata un hecho fantástico y sorprendente: después de un gran estruendo provocado por lo que parece un terremoto, una escuela de educación primaria japonesa desaparece sin dejar rastro; y, con ella, desaparecen igualmente 862 alumnos y parte del profesorado del centro. Al parecer, según descubriremos conforme avance la lectura, el edificio y las personas que se encontraban en su interior han sido milagrosamente trasladadas a un momento indeterminado del futuro, un futuro aparentemente postapocalíptico en el que la raza humana ha evolucionado de una forma que nadie podría haber sospechado...



Ya lo dijimos entonces, y lo volvemos a decir ahora: Aula a la deriva es uno de los análisis más crueles y descorazonadores de la condición humana, a través de las figuras de unos niños obligados a madurar a marchas forzadas... hasta un estado, el de la madurez, que no siempre traerá cosas buenas consigo. Un relato que fácilmente recordará a un clásico de la literatura universal como El señor de las moscas de William Golding, o a títulos más recientes como El jardín de cemento del británico Ian McEwan o De los niños nada se sabe de la italiana Simona Vinci, y cuyo final -que queda lejos de un happy end tópico y fácil- está cargado de poesía.



Mención especial merece el uso magistral que Umezz hace del tiempo, estableciendo un vínculo entre el presente de los niños (nuestro futuro) y su pasado (nuestro presente), a través del protagonista, el joven Sho, y su madre, con la que había tenido una fuerte disputa en la última mañana que pudieron compartir antes de la catástrofe. El devenir del relato y la conducta de la mujer la convertirán en una madre coraje que estará a punto de perder la razón para ayudar a su único hijo.



Una obra espléndida, pues, que debería leer todo aficionado a la historieta nipona. Y la satisfacción que produce despierta otro interrogante: ¿podremos leer algo más de este veterano mangaka de 74 años que todavía sigue vivo y realizando obras? De lo que no me cabe duda es de que podremos seguir leyendo obras de Jiro Taniguchi, un autor al que en España también suele editar Ponent Mon y del que acaba de llegar a las librerías la interesante serie Blanco.



Taniguchi es uno de los pocos valores seguros del manga de autor en España, por no decir el único además del citado Otomo. Ni siquiera todos los títulos del gran Osamu Tezuka cuentan en nuestro país con grandes ventas. De ahí que Ponent Mon, pese a las malas ventas de algunos títulos de su catálogo, siga confiando en el devenir comercial de Taniguchi, convertido sin esfuerzo en el autor estrella de una editorial que no renuncia a ampliar su catálogo con adquisiciones tan rutilantes como el Cerebus de Dave Sim o con obras de la bande dessinée (ya anuncian un nuevo Joann Sfar para septiembre).



Si tomamos a Taniguchi como representante del manga contemporáneo, surge otra cuestión: ¿qué conoce el lector español de la historieta que se hace hoy en Japón? Y me refiero al manga de autor, más allá de cabeceras de éxito probado como Naruto, Bleach, Full Metal Alchemist, Death Note o similares, muchas veces apoyadas por el anime de turno. Además de Taniguchi o el sempiterno Otomo, ¿qué autores podemos mencionar que sean conocidos en España? A vuelapluma solo se me ocurren nombres como Naoki Urasawa -el maestro del thriller actual, al que aquí edita Planeta: Monster, 20th Century Boys, Pluto- o la escuela del manga de terror contemporáneo, cuyos representantes principales nos llegan aquí la mayoría de la mano de Glénat y La Cúpula; son los herederos de Kazuo Umezz: Junji Ito (Uzumaki, Tomie), Hideshi Hino (El hijo del diablo, Galería de horrores), Senno Knife (Shitaro) o el inimitable Suehiro Maruo (La extraña historia de la isla Panorama). Y poco más. La situación, claro, es mejor que la referida al manga clásico, pero tampoco es la ideal.



Volvamos con Taniguchi: estamos ante un autor que, según lo que hemos podido leer en España, desarrolla una obra en dos líneas paralelas. Y no me refiero a que aparte de sus obras realizadas en solitario por él no le haga ascos a colaborar con otros autores -precisamente Astiberri acaba de editar la, si se me permite el chiste, deliciosa El gourmet solitario, escrita por Masayuki Kusumi-, sino a que encontramos dos temáticas principales en su obra: por un lado están sus obras intimistas, muchas veces cargadas de contenido autobiográfico; un apartado de su producción donde encontramos los que quizá sean sus títulos más conocidos: Barrio lejano y El almanaque de mi padre, pero también otras narraciones espléndidas como El caminante o Un zoo en invierno. Por otro lado están las obras en las que retrata su amor y su predilección por la naturaleza y/o por el alpinismo: es el caso de Seton, La cumbre de los dioses y El rastreador.



Blanco se inscribe en este último apartado, aunque la presencia de la naturaleza es menor que en muchas de sus obras más célebres, y en sus páginas desarrolla una evolución narrativa que ya apuntaba en la citada El rastreador -para el que esto escribe, uno de sus más grandes títulos, y que han pasado más injustamente desapercibidos para el gran público-. Y es que en Blanco, como en El rastreador aunque ahora de forma mucho más subrayada, Taniguchi fusiona el género aventurero con el noir y el thriller. Esta fusión le permite demostrar su destreza a la hora de ilustrar tanto espacios naturales como artificiales, y que el dibujante brille particularmente en el trabajo con los primeros pasa a ser un lugar común, una convención injustificada, porque destaca igualmente a la hora de dibujar calles, locales, vehículos, etc.



Y es que las cubiertas de los dos volúmenes de Blanco podrían ocasionar más de un equívoco: sin falsear el contenido de la lectura, dan demasiada importancia a la ambientación natural, cuando en este relato son tan importantes los parajes nevados de Alaska como los despachos de Inteligencia situados en entornos urbanos. Así, y para entendernos, podemos señalar que en Blanco hay tanto de Jack London como de John LeCarré; o, por no salirnos del noveno arte, gustará tanto a los lectores de Greg Rucka como a los seguidores de siempre del mismo Taniguchi.



La acción de Blanco arranca en el estrecho de Bering hacia la costa oeste de Alaska: allí, un gran perro blanco siembra el terror entre los habitantes, aunque en realidad solo responde a los ataques de los cazadores furtivos. Y responde con una furia homicida tal que pronto se convertirá en una leyenda para los lugareños, los cuales lo emparentan con historias de espíritus ancestrales. Pero como descubrirá el lector muy pronto, para la capacidad defensiva y ofensiva del animal no hay explicaciones sobrenaturales, sino científicas... y explicadas de forma plausible por el autor.



De esta forma, Blanco se convierte es un thriller político y científico de protagonismo coral -científicos, militares, furtivos, etc.-, aunque la acción siempre gire alrededor del perro cuyo nombre da título a la obra. Un relato, por cierto, para el que Taniguchi anuncia cuatro volúmenes... pero que desconozco si finalmente se quedó en dos o es que estos dos volúmenes españoles aglutinan cuatro entregas originales. Porque aunque bien es cierto que el relato podría continuar, tal como está así queda perfectamente cerrado y supone una lectura que no puedo dejar de recomendar... como siempre me ocurre con las ficciones de Jiro Taniguchi.


Título: Aula a la deriva (6 vols.)
Autor: Kazuo Umezz (guión y dibujo)
Editorial: Ponent Mon
Fecha de edición: octubre de 2008 - agosto de 2010
382 páginas c/u. (b/n) - 16 € c/u.


Título: Blanco (2 vols.)
Autor: Jiro Taniguchi (guión y dibujo)
Editorial: Ponent Mon
Fecha de edición: abril-mayo de 2010
288 / 272 páginas c/u. (b/n) - 14 € c/u.



(+) Previously on Abandonad toda esperanza, Jiro Taniguchi:
- Barrio lejano
- El rastreador
- K
- La cumbre de los dioses
- La montaña mágica
- Mi año
- Seton
- Un zoo en invierno

2 comentarios:

Cinemagnific dijo...

Desde luego, hay que darle un aplauso a Ponent Mon, una editorial arriesgadísima que siempre trae cosas que creo que no rentabilizan pero aún así se mojan hasta el final.

Aula a la deriva no la conocía... Y la voy a pillar como sea, porque me interesa tela el tema central.

De Taniguchi sí tengo más cosas: El almanaque de mi padre, El paseante, Tierra de sueños, Hotel Harbour View... Lo tengo un poco aparcado porque estoy con otros autores ahora más liado.

Es lo que comentaba el otro día: se publica hoy una cantidad de comic que ya casi no puedes ni elegir en condiciones de todo el gran material que hay.

Francisco J. Ortiz dijo...

Tienes toda la razón en las dos cosas que comentas, al principio y al final.

Y creo que "Aula a la deriva" no te defraudará.


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